S. Llarrull – junio 2015
«Anticancerígenos», «buenos para la memoria», «afrodisíacos». Con frecuencia escuchamos hablar acerca de estas y de otras propiedades de ciertos alimentos o infusiones, y leemos artículos o nos informamos por otros medios sobre tales temas. Además, como consumidores, nos preocupamos por la calidad e inocuidad de los alimentos que ingerimos. En mayor o menor medida, nos interesan, por ejemplo, el uso de agroquímicos, la utilización de hormonas para favorecer el crecimiento de los animales, los cultivos transgénicos o los productos orgánicos.
Por su función clave para la vida y la salud, la alimentación es un tema sensible que necesita un tratamiento cuidadoso, sobre todo, en lo que respecta a las evidencias científicas existentes. Desde mi perspectiva, podemos, entonces, clasificar de forma amplia los temas que merecen un abordaje comunicacional en los siguientes grupos:
• De interés del público general: son aquellos en los que la comunicación debe contribuir a despejar dudas, destruir mitos, llevar tranquilidad o alertar cuando sea necesario, y, en ocasiones, incluso apoyar a comunidades que necesiten hacerse oír.
• De salud pública: son aquellos en los que la comunicación debe contribuir a generar cambios de conducta que permitan reducir la carga de enfermedades no transmisibles o prevenir infecciones transmitidas por alimentos, entre otros problemas. También incluiría aquí la seguridad alimentaria, ya que garantizar el acceso a una nutrición adecuada es dar cumplimiento a un derecho humano básico, que puede determinar el curso de la salud, del desarrollo y de la vida de un ser humano.
Sociedades científicas, especialistas que se desempeñan tanto en el campo asistencial como académico, investigadores y otras entidades que se vinculan directamente con la alimentación, como el Instituto Internacional de Ciencias para la Vida (ILSI), son las fuentes que he consultado para mis notas. Estos artículos suelen tener un enfoque médico centrado en la prevención y apuntan a contribuir a que los lectores puedan tomar decisiones informadas sobre su salud.
Al consultar con distintos especialistas e informarme mediante otras fuentes acerca de los alimentos orgánicos –tema de una nota que me solicitaron hace dos años–, llegué a la conclusión de que, como en toda actividad humana, la calidad e inocuidad de lo que comemos depende directamente de que todos los eslabones de la cadena «del campo a la mesa» cumplan su papel de acuerdo con las normas vigentes. Este es un aspecto en el que considero que, como sociedad, tenemos que hacer foco. No son en sí «mejores» o «peores» ciertos alimentos, sino que esas cualidades dependen, en gran medida, del factor humano que interviene.
El productor, el transportista, el comerciante y los entes regulatorios tienen roles fundamentales, ineludibles e intransferibles para cuidar al consumidor. Además, estos últimos no están exentos de responsabilidad a la hora de garantizar la inocuidad de los alimentos que ingieren.
Dado que existen diferentes profesiones y grupos de interés vinculados con los alimentos y la salud, pienso que son positivos el intercambio de conocimientos y experiencias, y el trabajo en común. Así, entre todos, podremos mejorar nuestra labor cotidiana y construir una sociedad más informada, responsable, saludable e inclusiva.
*Periodista especializada en ciencia y salud.