I. Gismondi – mayo 2015
La Flora Intestinal, un aliado clave en la prevención de enfermedades crónicas, es un conjunto de bacterias que vive en el intestino humano, específicamente en el colon, y tiene la capacidad de crear y vivir en un ambiente ácido a partir de la fermentación de azúcares y de productos de nuestra dieta que no pueden ser digeridos por las enzimas humanas, como la fibra vegetal. Las principales bacterias que componen la flora son los Lactobacilli (L.) y las Bifidobacterias (B.) y sus respectivas subespecies el L. Acidophilus y L. Bulgaris, B. Bifidum, B. Infantis (hasta los 5 años de edad aproximadamente) y B. Adolescentis.
En todos los casos, la flora brinda un efecto de desinfección y lavado del intestino y, consecuentemente, del organismo entero, dado que impide el crecimiento de flora patógena en el colon. Una población correcta y suficiente de flora bacteriana asegura un medio ácido que evita la colonización de bacterias productoras de material putrefactivo que necesitan un medio alcalino para sobrevivir y multiplicarse.
Conozcamos un poco sobre las Bacterias Putrefactivas
Estas bacterias tienen la capacidad de descomponer las proteínas que llegan al colon mal digeridas o sin digerir y transformarlas en aminoácidos y a su vez en aminas tóxicas y malolientes por decarboxilación. Un suministro excesivo de proteínas combinado con una digestión ineficiente conduce a una adaptación de la flora con aumento del número de organismos que puedan utilizar estos sustratos para subsistir. A su vez, las aminas que surgen de la descomposición proteica crean las condiciones alcalinas que favorecen el sobrecrecimiento de estas bacterias en detrimento de la flora bacteriana deseada, ya que socavan el ambiente ácido necesario para la fermentación de azúcares.
El aumento de material putrefactivo en el colon tiene graves consecuencias. Muchas de las toxinas producidas en el proceso de putrefacción causan inflamación de la pared intestinal que, además de infectarse, puede afectar la permeabilidad del intestino causando pérdida de la capacidad de filtrar correctamente las sustancias patógenas o parcialmente digeridas. El pasaje de estas sustancias a la circulación tiene dos grandes complicaciones. Por un lado, el aumento de la carga toxinas a nivel sistémico, prepara el suelo propicio para el desarrollo de enfermedades crónicas, cuya causa subyace en la falla de la capacidad metabólica celular por exceso de material de desecho. Por el otro lado, la entrada de sustancias parcialmente digeridas al torrente sanguíneo induce la manifestación de intolerancias alimentarias, ya que el organismo no reconoce estas sustancias y las ataca. Asimismo, la sobre estimulación del sistema inmunitario aumenta la probabilidad de desarrollar enfermedades autoinmunes por la exacerbación del aparato de defensa frente a partículas molecularmente similares a las del propio cuerpo. No se sabe con exactitud cómo o cuándo el organismo pierde la capacidad de distinguir estas similitudes y comienza a atacar a sus tejidos.
La inflamación de la pared del colon afecta también la nutrición de sus tejidos y los movimientos de peristalsis, que se enlentecen o incluso paralizan, lo cual agrava el cuadro de putrefacción. El aumento de este material se acumula y forma una capa adherida a las paredes intestinales que reduce la luz del colon, evita el intercambio de agua, nutrientes y oxígeno. Lentamente, el colon queda inhabilitado para cumplir sus funciones vitales, mientras que la inflamación continúa y se perpetúa. Así, podrían emerger enfermedades inflamatorias tales como la enfermedad de Chron, colitis, colitis ulcerosa, síndrome de colon irritable, o en el peor de los casos, cáncer de colon, para nombrar sólo algunas.
Variables claves para trabajar
Factores tales como una mala dieta, el uso frecuente de medicamentos, infecciones, toxinas y hongos, jugos digestivos inapropiados, hipoclorhidria y una bilis de mala calidad afectan directa o indirectamente la flora bacteriana.
Si se entiende que el pH normal del colon es levemente ácido, todas aquellas medidas que favorezcan o desfavorezcan tal condición repercutirán sobre la flora bacteriana intestinal.
Plan de acción para permitir una Flora Bacteriana fuerte y sana:
• Evitar las dietas excesivas en proteínas, que podrían estimular el crecimiento de organismos que tienen la capacidad de descomponer las proteínas no digeridas, decarboxilar los aminoácidos y generar aminas y amoníaco.
• Reducir el volumen de las comidas para facilitar el trabajo enzimático de digestión.
• Evitar la mezcla de diferentes tipos de alimentos fuente de proteína en una misma comida (por ejemplo legumbres con carnes) o incluso evitar el consumo de diferentes tipos de proteína animal juntos.
• Reducir y eventualmente evitar el consumo de componentes que puedan resultar alergénicos como el gluten, la caseína y la soja: dañan la mucosa intestinal y provocan una estimulación del sistema inmunológico: binomio perfecto para el inicio de enfermedades autoinmunes.
• Evitar el uso de medicamentos que reducen o neutralizan la concentración ácida del estómago, salvo indicación médica, ya que reducen la concentración de ácido clorhídrico que es un potente bactericida. Como consecuencia, el intestino delgado recibe una carga bacteriana aumentada. Por el otro lado, reducen la capacidad de la pepsina de descomponer las proteínas.
• Evitar el uso indiscriminado de antibióticos: matan la flora bacteriana de manera directa.
• Evitar el estreñimiento crónico
• Suplementar según cada necesidad específica para regenerar el epitelio intestinal y recuperar su capacidad de filtrar correctamente las sustancias patógenas y/ o mal digeridas.