Mizrahi P* – may 2020
¿Cómo seguirá de acá en adelante nuestra forma de comprar alimentos? En estos últimos meses, se habla masivamente de la importancia del lavado de manos, entre otras medidas de prevención, pero poco se habla del comportamiento del consumidor ante este diferente escenario de pandemia. Surge el debate entonces sobre si las nuevas rutinas que se comenzaron a implantar en los hogares como ser la desinfección de superficies y alimentos, los cambios en frecuencia de actividad física, en los horarios de sueño y de comida, pero sobre todo si la estrategia de compra de alimentos perdurará en el tiempo a largo plazo como hábito luego de la finalización de la cuarentena. El hecho de tener que adaptarse rápidamente a un nuevo estilo de vida donde impera la incertidumbre y el estrés impacta en la mente de las personas y por lo tanto en sus decisiones. Cabe preguntarse entonces, en términos generales, si ante esta cuarentena el consumidor está comprando alimentos, de manera racional o de manera emocional.
Para responder a esta pregunta primeramente hay que analizar diferentes variables que entran en juego en el acto de decisión de compra. Se debe diferenciar el comportamiento del consumidor durante las primeras semanas, del comportamiento tras haber superado más de un mes de confinamiento social.
En las primeras semanas predominaba un comportamiento de compra más “emocional e impulsivo”, dominado por el desasosiego del contexto y ante la carencia de accesibilidad geográfica a comercios habituales, el consumidor buscaba satisfacer sus necesidades básicas fisiológicas y de seguridad. Por lo tanto, mitigaba la angustia ante la incertidumbre comprando en demasía productos de limpieza y desinfección de marcas comerciales reconocidas (que le brindasen confianza) y alimentos procesados, no perecederos básicos en conserva o farináceos (mientras se recomendaba desde diversas instituciones de salud la importancia del consumo de alimentos saludables, frescos, fuente de vitaminas y minerales). Incluso adquiría productos innecesarios caracterizando una compra de acopio indiscriminado.
El escenario tras alrededor de dos meses de cuarentena es otro. Cada vez más, el ajuste económico ante la presión por el vaciamiento de sus bolsillos debido a la menor capacidad adquisitiva, y sin divisar su futuro económico, los consumidores se ven obligados a modificar su estrategia de compra focalizando en el precio de los alimentos en detrimento quizás de la calidad y rendimiento de los mismos.
Durante las primeras semanas, predominaba como criterio principal la táctica de compra de conveniencia, de pánico, masiva, tanto de manera virtual como de traslado a locales a la calle multirubro próximos a su domicilio, con la finalidad de reducir el tiempo, la frecuencia de compra y limitar la necesidad de asistir a diversos comercios, debido a que las medidas de distanciamiento social implementadas provocaban largas filas de espera. De esta manera, se priorizaba la compra segura y se buscaba minimizar el contacto con el exterior y el tiempo de exposición potencial al coronavirus.
Hoy en día, empero, el rebusque porteño al que estábamos habituados como clase media mayoritaria, para poder ahorrarnos unos pesitos recorriendo comercio tras comercio ante un contexto de inflación donde predominaba la disparidad de precios de un mismo producto en diferentes locales, comienza lentamente a verse de nuevo. Los consumidores analizan de manera más “racional” su lista de supermercado buscando promociones de todo tipo, segundas marcas, alimentos sustitutos o envases más reducidos, dejando un poco de lado entre otros, al factor tiempo invertido en la compra en pos de maximizar la accesibilidad económica y así poder conseguir el producto deseado a un precio más asequible.
Por otro lado, la mayor estadía en los hogares acarreó en parte, modificaciones tanto positivas en el comportamiento alimentario como negativas, dependiendo de la realidad que transita cada familia. Hubo quienes lograron potencializar las adversidades del confinamiento logrando una resignificación de la cocina y de la comensalidad, organizando y planeando un menú semanal casero y más saludable. Otros debido al desborde del teletrabajo a tiempo completo y los quehaceres hogareños sumados al cuidado y cooperación con las tareas escolares de los hijos optaron por la comida rápida, preelaborada con envío a domicilio puesto que decidir qué cocinar para el almuerzo y la cena presuponía todo un reto diario más.
Al mismo tiempo, modificamos nuestra relación con la tecnología, a golpes y a contra reloj tuvimos que someternos y hundirnos dentro un mundo paralelo: el de la virtualidad. Algunos aprendimos o incrementamos las compras de alimentos con entrega a través de diferentes dispositivos y modalidades pagando la comodidad y la seguridad de quedarnos en casa, confiando en que los productos que nos llegan cumplirán nuestros estándares de satisfacción y especificaciones deseadas, y dejando en segundo plano las ventajas de poder realizar un contacto directo con ellos a la hora de decidir la compra. En el caso de productos alimenticios envasados estas implicancias no son tan significativas, pero en el caso de alimentos
frescos ya sean cárnicos o vegetales, tenemos que preguntarnos si por ejemplo el tomate que compramos será igual a la imagen del tomate perfecto que tenemos en nuestra mente para realizar tal o cual preparación, si la intensidad de color, tamaño y grado de madurez será acorde a las expectativas deseadas.
¿Qué vamos a hacer cuando termine la cuarentena?; ¿nos adaptaremos al mundo virtual y esta nueva modalidad será instaurada como un hábito?; ¿cambiaremos la manera de comprar los alimentos?; ¿los vendedores clasificarán la mercadería en función a las demandas diferenciadas de cada tipo de consumidor?
Por último, la cuarentena afectó la costumbre de comer socialmente, modificó nuestro comportamiento como ser social convirtiéndonos en “ermitaños temporarios”, extrañamos los asados los sábados con amigos, las pastas los domingos en familia y las salidas a comer en pareja. Esto modificó también nuestras emociones, nuestras reacciones y ergo nuestros changuitos, ahora compramos pensando en nosotros, en satisfacer nuestras necesidades y no en comprar la comida o bebida para reunirnos en la casa de alguien o festejar un cumpleaños. Existe consecuentemente un cambio en las prioridades a la hora de decidir la compra, ya no tenemos que pensar en los otros y sus estándares de calidad o preferencia, sino que
asumimos la decisión y responsabilidad por los alimentos que compramos por y para nosotros mismos.
Es el momento preciso para detenernos y pensar ¿qué es lo que realmente queremos consumir?; ¿condice lo que estábamos habituados a comprar de manera casi automática con lo que deseamos profundamente?; ¿por qué comprábamos esos productos?; ¿estamos al comprar, condicionados por el prototipo social preestablecido?; ¿estamos condicionados por las influencias del marketing nutricional?
Entonces, ¿qué significa comprar inteligentemente en tiempos de cuarentena?
La respuesta más acertada depende de la subjetividad individual y de la óptica que transita cada consumidor, dado que, bajo esa premisa, bajo su análisis, lo mejor que puede hacer en ese preciso momento, en esa realidad cambiante, en ese contexto es elegir el producto que considera más conveniente, se convence que su elección es la correcta, que es inteligente, que es racional. Algunos dirán que priorizan el rendimiento del producto, otros la funcionalidad y practicidad del envase, otros la calidad de los ingredientes, otros la marca comercial, otros la publicidad, otros las promociones, otros el precio, otros las sensaciones y recuerdos que despierta en ellos el consumo de ese producto, entre otros parámetros. Sin embargo, la supuesta verdad es que todos priorizaron correctamente de manera personal, porque la satisfacción que les otorga el poder comprar el producto elegido en función a ese criterio
antepuesto supera las expectativas establecidas y por lo tanto, será considerado como un consumidor complacido e inteligente.
Se sabe que ya no seremos los mismos cuando esto termine. Como moraleja, en otras palabras, lo crucial es actuar holísticamente de manera “inteligente y correcta”. Ante la disyuntiva del camino a tomar al salir de la cuarentena, estarán quienes escojan el sendero de la resiliencia aprendiendo de las adversidades, reinventándose y encontrando nuevas necesidades de consumo para demandantes innovadores, extremadamente exigentes preocupados por su salud pero que a la vez se caracterizarán por ser demandantes que a la hora de colocar en la balanza los criterios para decidir su compra priorizarán los beneficios como la trazabilidad, sustentabilidad, satisfacción, practicidad y funcionalidad que les brinden los alimentos más allá de saciar el hambre; o estarán en contrapartida, quienes prefieran seguir en su zona de confort reivindicando el consumismo tradicional.
* Paula V. Mizrahi, Lic. en Nutrición