J.L. Lobos – Abr 2015

La publicidad del sector alimentario existe desde que existen productos para comercializar, ya que se genera una necesidad de darlos a conocer. Se han encontrado papiros egipcios con mensajes que se podrían considerar publicidad, en Grecia y Roma existía la figura del pregonero, quien anunciaba de viva voz al público la llegada de embarcaciones cargadas de vinos, víveres y otros, y la invención de la imprenta dio lugar a parte de lo que hoy conocemos como publicidad.

La publicidad de los alimentos ha estado marcada por la demanda del consumidor en cada momento, con los diferentes conceptos de alimentación, placer y salud a lo largo de la historia. En las últimas décadas, la publicidad alimentaria ha ganado en complejidad, debido a la aparición de nuevos alimentos.

Si repasamos la publicidad alimentaria de los últimos años, se observa su evolución desde mensajes dirigidos a las madres de familia, presentando nuevos productos que se desligaban del producto agrario ofreciendo nuevos sabores, pasando por las marcas comerciales como garantía de calidad del producto y posteriormente por la importancia de la estética, para llegar al objetivo publicitario actual: la salud y el bienestar. En los últimos años se ha desarrollado un problema alimentario a nivel global, el sobrepeso y la obesidad.

El consumidor toma conciencia de la importancia de estar sano. Es por ello que la salud y el bienestar se convierten en objetivo tanto de las empresas alimentarias como de los Ministerios de Salud, comunidad científica, medios de comunicación,… aparecen los alimentos funcionales y el discurso científico se convierte en el vehículo de las campañas publicitarias. La ciencia es utilizada para lanzar las últimas novedades en productos que supuestamente mejoran la salud y el bienestar.

Pero, ¿está todo permitido en los reclamos publicitarios?